sábado, 9 de abril de 2016

¿Por qué no la esperanza?

Los noticieros lo pregonan a los cuatro vientos como si fuera pan caliente: El Salvador es el país más violento del mundo. El año pasado uno de cada mil ciudadanos fue asesinado, un poco más de 6,000 en total. El país está en una encrucijada y con él, el segundo gobierno del FMNL. El presidente Salvador Sánchez Cerén parece haberse dado cuenta y anuncia cambios en su gabinete. Lo que viene por delante hará ver si el FMLN logra superar su crisis de popularidad y si es capaz de impactar de forma efectiva en la pacificación del país. De hecho, en una democracia esto último debería ser lo primordial y la escala de todas las medidas.

El nuevo Ministro de Justicia y Seguridad Pública, Mauricio Ramírez Landaverde también parece haber entendido lo crucial de este momento y anuncia sin rodeos estrategias nuevas para “enfrentar y superar” la situación de violencia que se vive en el país.

Mientras todos hablan de cambio, parece que nadie hace nada diferente. Las soluciones ‘milagrosas’ al problema de la violencia pandilleril hasta hoy han sido el manodurismo de Flores y Saca en la primera década del milenio; la “tregua” (aunque el gobierno nunca se casó del todo con la apuesta) de Funes entre 2012 y 2013; la policía comunitaria en el 2014 (cuya lanzamiento se celebró a lo grande para después ya nunca más saber nada del proyecto) y la guerra declarada a las pandillas en enero 2015, las últimas dos en la administración de Sánchez Cerén.

Hoy el nuevo ministro de Seguridad promete aumentar la efectividad y operatividad de la PNC. Aparte de que no logro encontrar la novedad en la propuesta del ministro, esta implica exprimir aún más a una institución policial que está más allá de sus capacidades y cuyas miembros están marchando en las calles exigiendo aumentos de sueldo (con todo su derecho).

Si lo miramos de cerca el único cambio de paradigma en las políticas de seguridad de los últimos años ha sido la mal llamada “tregua entre pandillas”. Lo que en los ojos del ministro fue nada más que una “salida fácil que aparentemente lleva a un alivio”, redujo la tasa de homicidios por la mitad casi de la noche a la mañana y durante poco más de un año en el país se respiraba un aire diferente. Otro indicador que muestra que la “tregua” fue algo diferente es que llamó la atención a nivel internacional y produjo titulares positivos y esperanzadores sobre El Salvador en el mundo entero.

Hoy sabemos que el mito de que durante el período de la “tregua” se asesinaba igual pero se escondían los cadáveres, no tiene fundamento empírico. Ocurrieron casos de despariciones durante los 15 meses que estuvo vigente la tregua, sí. Y cada uno era demasiado. No eran, sin embargo, ni de cerca tantos los casos como para contrapesar la reducción en la tasa de homicidios. También sabemos que no fue la “tregua” que hizo evolucionar las estructuras pandilleriles, sino que la transformación del fenómeno de pandillas callejeras en organizaciones transnacionales ha sido una constante desde los años noventa y se agudizaba en respuesta a las diversas políticas manoduristas del pasado. No nos entendamos mal. La “tregua” no fue perfecta y tampoco pudo propiciar una solución al problema de la violencia en El Salvador.

Al llamarlo “salida fácil”, sin embargo, el ministro se equivoca doblemente. Primero, la apuesta al diálogo, lo que en su esencia era la tregua, no fue ninguna salida. Fue más bien una entrada, el comienzo de un proceso de paz complejo y delicado. Ahí, por cierto, hubiera entrado la policía comunitaria con el fin de aprovechar las sinergias de una buena relación entre policía y población. También habría sido necesario aumentar la operatividad de la PNC (lo cual invoca el ministro), y del sistema judicial entero para garantizar una persecución y administración de justicia más efectivas.

Segundo, tal proceso de paz no es nada fácil. Si bien la “tregua” logró producir resultados a muy corto plazo, hacía falta mucho trabajo para construir una solución sostenible a largo plazo. Esto es algo muy difícil y en El Salvador nadie debería saber esto mejor que el FMLN que durante largos años ha dialogado con el gobierno desde su posición de ‘terroristas declarados’.

Lo fatal en El Salvador es que hasta la fecha se busca enfrentar un fenómeno delincuncial y criminal sin ver que este no es más que el resultado de un grave problema cultural y socio-económico que tiene sus raíces en las profundidades de la historia del país y muy adentro del tejido fragmentado y herido de la sociedad. El ministro puede cortarle cuantas cabezas quiera a la hídra de las pandillas capturando sus cabecillas. El resultado será que donde cae uno crecerán siete más. Siete bichos desubicados luchando entre ellos por apoderarse de su terrorio. Bichos sueltos de 15 o 17 años que cargan M-16 y controlan el mercado local de la droga y la renta. Los que pagarán con sus vidas el precio de esa guerra sin sentido no son los políticos, son las salvadoreñas y los salvadoreños de los barrios y las colonias afectadas quienes cada día temen por su vida cuando van a la escuela o al trabajo. ¿Cómo saberlo? Pues la lógica nos enseña: si la estrategia del ministro no es nueva tampoco lo serán los resultados.

La historia nos lo ha enseñado: más represión de parte del Estado germina más violencia en los actores sociales, en este caso preciso las pandillas, lo cual a su vez causa más represión. Al parecer en este momento ningun bando está dispuesto a renunciar a este juego fatal. Aquí no se trata de quien sea el más machito. Está en juego la suerte de la nación entera. En vez de rompernos los dientes con un problema que no tiene donde agarrarlo, ¿porque no partir de la esperanza? Una esperanza que originó en el 2012 cuando se vio que algo podía hacerse para realmente cambiar esta realidad de muerte que abate el país. Si tanto buscamos la paz ¿por qué no empezar con la paz?

Si en El Salvador por un momento se detuviera el fuego y se accediera a sentarse con el adversario (sin hablar ya de condiciones y negociaciones, solo a sentarse, a hablar y a escuchar) tal vez todos entendieramos un poco más. Las pandillas hicieron esa jugada en el 2012. Hoy la pelota está en la cancha del gobierno. Hoy el FMLN puede demostrar que aprendió del pasado y decidir cómo quiere ser recordado en los libros de historia. Estamos en un punto de inflexión, sí, y ojalá que el camino por delante no esté tan teñido de sangre como aquel en que veníamos.

(Publicado el 26 de enero 2016 en el Diario Digital ContraPunto)

lunes, 2 de junio de 2014

¿Quién puede salvar a El Salvador?


En el año 2014, el país más pequeño de Centroamérica se está desangrando. Ya a estas alturas del año la sangre de más de mil salvadoreños ha teñido de rojo las quebradas de Sonsonate y La Libertad, los cañaverales de Usulután, los cafetales de Chalatenango y los callejones oscuros del Área Metropolitana. En cada esquina una madre que clama por su hijo, en cada vela diez hermanos llorando por uno de los suyos.

En los primeros cuatro meses del presente año el Instituto de Medicina Legal registra un promedio de diez homicidios por día. Cada día diez más. Esto significa un aumento de más del 50% comparado con el mismo período  del año pasado. En estos días la violencia explota. El último fin de semana de mayo cerró con 81 homicidios. Aquel ‘Salvador’, cuyo nombre lleva orgullosamente el país parece haber abandonado en fuga el territorio nacional. Dios sabe dónde se metió. 

El ahora expresidente de la República, Mauricio Funes, da por rota la así llamada ‘tregua entre pandillas’, mientras mediadores e iglesias la siguen defendiendo. Si en algo están de acuerdo todos los salvadoreños es en que hay que hacer algo. En lo que las opiniones difieren, y esto a lo largo de la historia, es en la manera de solucionar los problemas que enfrenta el país. 

Mientras que unos exigen la sangre de todo pandillero, otros se agarran a una tregua vaga como a un tallo de paja en plena tormenta. Otros se callan, se refugian en sus casas, en iglesias, en residenciales y  quieren cerrar ojos y oídos ante tanta muerte. Todas estas reacciones son perfectamente entendibles y profundamente humanas. ¿Quién, en un primer momento, no quiere ver muerto al que le quitó la vida al hijo, al hermano, la hermana? ¿Quién no quisiera creer que haya gente que se empeña en negociar soluciones? ¿Quién no quisiera desaparecer, no ver, no oír, no sentir en un ambiente de tanta violencia?

Como dijimos, todos estos sentimientos son válidos, pero ninguno lleva a una solución. A ver, una política represiva en contra de las pandillas, las detenciones y la represión masivas casi al azar en barrios marginales terminaron en un aumento terrible de la violencia en El Salvador entre el 2004 y 2009. Aparte de, efectivamente, castigar a delincuentes, esa política llenó las cárceles del país también de jóvenes inocentes cuyo único crimen ha sido nacer en una zona marginal luchando día tras día por no caer en las garras de las pandillas.

La tregua por definición no es solución para un conflicto. Según la Real Academia Española la palabra ‘tregua’ significa la “suspensión de armas” por un “determinado tiempo”, una “intermisión”, un “descanso”. Las cifras muestran que la tregua de hecho logró reducir significativamente los homicidios en el país en un determinado tiempo. Sin embargo, una tregua nunca puede ser una solución ya que no trata los problemas que están en el fondo del conflicto y mucho menos cuando la negociación de dicha tregua sucede de manera no transparente y a espaldas de la sociedad.

Que la tercera postura no es solución es más que obvio. Cada niño sabe que cerrando los ojos el bus que lo está por atropellar al cruzar la calle no desaparece, que ignorando las noticias los hermanos no dejan de morir. Es más, quien calla no es partícipe, no es sujeto. Quien no actúa deja que otros actúen sobre él o ella.
Mientras que las dos primeras perspectivas (una política represiva y el apoyo a la tregua) se encuentran a lo largo y ancho del espectro social de la sociedad, el cerrar los ojos ante la realidad es un fenómeno que se observa más en las clases media y alta, siendo casi imposible para personas que viven en las zonas marginales sacudidas por la violencia tomar esta postura.

Hay que dejar claro aquí que las pandillas no son para nada los únicos causantes de las muertes en El Salvador. El narcotráfico, repentinos crímenes medioambientales, conflictos entre familiares y vecinos y sobre todo el número espantoso de feminicidios, que pone El Salvador en uno de los primeros puestos a nivel mundial en cuanto a la violencia contra mujeres, tienen su parte significativa en el todo espantoso.

Más allá de las muertes que aparecen en los diarios y en las estadísticas no podemos olvidar las miles de muertes no registradas. La muerte interna y silenciosa de cada madre llorando por su hijo, la muerte lenta de tantos que cada día tienen que temer por sus vidas camino a la escuela o al abrir sus negocios y por fin la muerte lejana y callada de los miles y miles de salvadoreños que dejan atrás a su país y a sus familias y mueren en la anonimidad del camino porque en El Salvador ya no hay vida para ellos.

Se ve que el problema va más allá de las pandillas y por tanto una solución no puede agotarse en ellas. No se necesita de mucha perspicacia para comprender que un conflicto que abarca toda la sociedad no se puede solucionar sin la participación activa de toda esa sociedad misma. La tregua entre pandillas ha demostrado, aunque deficientemente, que el sentarse y conversar puede tener resultados positivos. Para generar soluciones a largo plazo, sin embargo, un diálogo abierto y trasparente en el cual participen todos los sectores de la sociedad es imprescindible.

Cuando hablamos de todos los sectores insistimos en que sean todos: representantes del Estado, el sector privado, la PNC, las fuerzas armadas, la sociedad civil con su abanico de organizaciones y dentro de este también las pandillas. Es un atrevimiento, casi un sacrilegio para muchos en El Salvador considerar a las pandillas parte de la sociedad civil. Incluso los pandilleros mismos hacen una distinción entre ellos, los policías y los ‘civiles’. Cualquier intento de incluir a pandilleros en el proceso de pacificación es descartado inmediatamente por una gran parte de la población, por un miedo y una rabia que son entendibles, y resuena en los medios bajo la etiqueta de “pactar con criminales”.

Foto: ElFaro.net

Hagamos un breve paréntesis. Siendo realistas debemos reconocer que la división de la sociedad salvadoreña no es tan sencilla como teniendo a la sociedad civil por un lado y a las pandillas por otro. Es un hecho que los aproximadamente 60,000 mareros que hay en El Salvador tienen familiares, padres, hijos, hermanos, primos y tíos quienes no son miembros de ninguna pandilla ni apoyan su causa espantosa.  La cantidad de personas en el país quienes están relacionadas directa o indirectamente con pandilleros es entonces un múltiplo del número de miembros de las pandillas y representa una porción significativa de la población. Por tanto hay que entender los pandilleros como profundamente insertos en relaciones, por cierto muchas veces conflictivas, dentro de la sociedad civil.

En cuanto a “pactar con criminales” tendemos a olvidar que los pandilleros no son los únicos criminales en El Salvador y que muchos de los que toman decisiones a nivel nacional e internacional, algunos incluso democráticamente electos, constantemente delinquen contra la humanidad causando hambre, injusticias y muerte. Con ellos, no obstante, pactamos todos los días, comenzando por el momento en que los defendemos en vez de denunciarlos.

De ninguna manera se trata aquí de relativizar o justificar la ola de violencia, en gran parte relacionada con el problema de las pandillas, que está de sacudiendo al país en estos tiempos. Al contrario, cada acto de violencia, cada homicidio que se comete, sea por un marero o no, debe ser investigado y condenado según la legislación correspondiente. Para garantizar procesos justos y trasparentes, eso sí, serán inevitables reformas profundas del sistema penal.

De lo que sí se trata es de ver al fondo del problema, de preguntar por su causa. ¿Por qué hay tantos jóvenes en El Salvador que terminan metiéndose a las pandillas? ¿Cómo podemos rehabilitar y reinsertar a exmareros en la sociedad? ¿Qué perspectivas y oportunidades podemos crear con y para TODOS los jóvenes de hoy, la sociedad de mañana?

Por hoy, hermanos salvadoreños siguen siendo arrancados de sus familias, de sus centros laborales y escuelas y mientras las muertes sigan estamos aún lejos de hablar de reconciliación. Lo que sí debemos reconocer es que si queremos para El Salvador una paz consolidada y duradera donde la solidaridad ocupe el lugar del rencor, un proceso de reconiliación será necesario. Esto no es una utopía y desde la historia sabemos que las heridas no sanan sólo con el tiempo. Ejemplos de Europa de la segunda mitad del siglo pasado y esfuerzos en escenarios de posguerra por ejemplo en la ex Yugoslavia y Ruanda demuestran que la reconciliación da sus frutos.

Lo más urgente en El Salvador ahora, sin embargo, es terminar con los homicidios y terminar con la represión generalizada contra la población, sobre todo las y los jóvenes, de los barrios marginados. Esto sólo se puede lograr dialogando, tomando en cuenta al otro como persona con derechos, obligaciones, necesidades, miedos y sueños, pero primero como persona.

Dialogar significa hacer un paso atrás, moverse de su propio punto de vista para dar lugar al otro. Significa ceder e intentar de ver la realidad desde la perspectiva del otro, tratar de comprenderlo. Esto es verdadero diálogo y sólo esto. Dialogar siempre cuesta. Es perder un poco de lo propio para poder avanzar en conjunto. Tiene sentido, pues de nada sirve lo propio si por agarrarse de ello nadie avanza y sigue habiendo tanta muerte. 

Un diálogo sólo puede funcionar cuando todas las partes estén participando, tomados en cuenta y respetados. No cabe duda de que una madre quien perdió a su hijo por la mano de un pandillero tenga poco interés de dialogar con él. Lo mismo se puede decir de otra madre cuyo hijo murió por la bala de un policía. Sin embargo, reiterando lo anteriormente dicho, para que cambien las cosas será necesario.

En estos días un nuevo gobierno se está haciendo cargo del poder ejecutivo de El Salvador. Muchas personas ponen mucha esperanza en los nuevos dirigentes políticos respecto a una solución del problema de la violencia. De hecho el gobierno juega un papel importante en crear condiciones de vida dignas para todos los salvadoreños. Sin embargo, no podemos olvidar que El Salvador es una democrácia y por tanto el poder es de su gente.

El gobierno no puede resolver los problemas del país sin el apoyo de la población. Corresponde a cada una y a cada uno de nosotros contribuir desde ya a la construcción de un nuevo país, desde nuestros hogares, nuestros barrios y residenciales, nuestras ofincinas y escuelas. Tendrá su precio, pero al fin y al cabo no es nada más y nada menos que su misma a gente la que puede salvar a El Salvador.

Foto: ElFaro.net

domingo, 15 de diciembre de 2013

Desarrollo y Buen Vivir desde la Cosmovisión Maya

El pasado sábado 30 de noviembre tuve la oportunidad de estar de nuevo en el programa "Por Dentro" de la radio YS UCA 91.7 FM.
Esta vez hablamos sobre el desarrollo, el buen vivir y la cosmovisión maya en un mundo que está en crisis y compartí de mi experiencias con los mayas Mam de Guatemala.


Desde hace casi 10 años la mina "Marlin" opera en el municipio de San Miguel Ixtahuacán, departamento de San Marcos (Guatemala) extrayendo oro, plata y otros metales preciosos. La empresa prometió trabajo, infraestructura y desarrollo a la población. Sin embargo, la realidad es otra. Los pobladores indígenas maya sufren desde el inicio de los efectos negativos que trajo la mina instalada por la empresa norteamericana "GoldCorp" (contaminación de tierras y agua, enfermedades, pobreza, conflictos sociales, violaciones de derechos humanos). ¿Es este el tipo de desarrollo y el progreso que los mayas quieren para su pueblo?
¿Cuál es su visión del mundo y de la vida a inicios del siglo XXI.?
En el programa "Por Dentro YS UCA" del 30 de noviembre tuvimos la oportunidad de discutir sobre alternativas y compartir testimonios impactantes de mujeres indígenas de San Miguel Ixtahuacán recolectados por nuestro compañero Benjamin Schwab en su reciente viaje a Guatemala.
Las propuestas de los mayas en las montañas de San Marcos son fuertes y urgentes en los tiempos de crisis climáticas, ambientales, económicas y emocionales que vive nuestro mundo actual.

Aquí va el audio completo:

domingo, 1 de diciembre de 2013

Profecía de un pueblo en tiempos turbios


“El pasado jueves, 14 de noviembre a las 4:45 de la madrugada tres hombres armados accedieron de manera violenta a las oficinas de la organización de derechos humanos Pro-Búsqueda, amordazaron y ataron a tres personas que se encontraban dentro del edificio, sustrajeron documentos y equipos, rociaron gasolina sobre los muebles y prendieron fuego.”

Sin rodeos, en un contexto salvadoreño tendemos a relacionar una noticia de este tipo con la represión de parte del estado contra organizaciones que velaron por los Derechos Humanos en la época de los 70 y 80 del siglo pasado. Es más, escribiendo desde la UCA, el escenario se asemeja demasiado al asalto y la masacre de los seis jesuitas y las dos mujeres del 16 de noviembre de 1989, de cuyo aniversario lo separan apenas dos días.

Sentimos un escalofrío al enterarnos de que el hecho no ocurrió durante la guerra civil, sino el 14 de noviembre de 2013, a casi 22 años de la firma de los acuerdos de paz. Ocurrió además, en una triste secuencia de atropellos contra defensores de los Derechos Humanos y las víctimas del conflicto armado considerando el cierre de la oficina de Tutela Legal y en una coyuntura social inundada en casos de corrupción y la duplicación de los homicidios durante los últimos meses en el país.

En los últimos días muchas instituciones se han pronunciado al respecto y denunciado lo sucedido. Junto con muchos amigos y compañeros de diferentes colectivos y grupos estudiantiles me uno a todas estas denuncias y quiero dar un paso más aportando con lo que hago: teología latinoamericana.

Considerando los últimos sucesos y el panorama político y social más amplio de El Salvador, los tiempos no han cambiado mucho con los acuerdos de paz. Sigue habiendo fuerzas poderosas que, ante una situación de la recién declarada inconstitucionalidad de la ‘Ley de Amnistía’, quieren impedir que salga a la luz la verdad, que haya justicia y paz. Si damos un paso atrás y miramos la historia humana y la tradición cristiana incluso podemos decir que los tiempos no han cambiado desde que Yahvé le preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” nada más para recibir la respuesta cínica de aquel: “No sé, ¿soy yo, acaso, el guardián de mi hermano” (Gen 4, 9). El pueblo pobre y sencillo es oprimido, desaparecido, matado y silenciado en todas las épocas. De la misma manera. los poderosos de turno callaron y asesinaron a los profetas quienes, siendo voz del pueblo sufriente, denunciaron los excesos de un sistema de muerte. El Antiguo Testamento nos da ejemplos desde la historia del pueblo de Israel. En el Nuevo Testamento es el mismísmo Verbo de Dios encarnado en Jesús de Nazaret. que es atormentado hasta la muerte en la cruz. Pero también la reciente historia de El Salvador nos regaló incontables mártires que dieron su vida por el pueblo, la verdad y la justicia, entre ellos los más prominentes Monseñor Oscar Arnulfo Romero y los seis padres jesuitas, mártires de la UCA.

Es el mismo Ellacuría quien, pocos años antes de su propio martirio, habla de la “bienaventuranza de la persecusión”[1] aludiendo a Mt 5, 6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. Dejando claro que de ninguna manera había que buscar la persecusión o el martirio, Ellacuría sin embargo, afirma que la persecusión de la Iglesia es consecuencia necesaria de su misión profética oponiéndose al poder opresor y optando por los más débiles. Esto lo entiende en continuación directa de Cristo quien, según Ellacuría, “no buscó la cruz, pero se encontró con ella, porque su misión religiosa pareció a los poderosos de su tiempo un desafío socio-político” (ibid.)

Como nos muestra el caso del reciente asalto a la Asociación Pro-Búsqueda, no son solamente individuos, sino cualquier institución o estructura comprometida con la justicia, quienes sufren la persecución y el martirio. Sin duda alguna, Pro Búsqueda, siguiendo el espíritu de su fundador, el jesuita Jon de Cortina, puede ser considerado profecía viva del pueblo salvadoreño. Desde el año 1994 la organización, ha unido a cientas de familias y ha reencontrado a decenas de niñas y niños desaparecidos durante la guerra civil en El Salvador. Con su permanente e insistente trabajo de incidencia política, Pro Búsqueda es además una fuerte voz de la conciencia que nos recuerda en la actualidad, que sin justicia no habrá paz y como tal es piedra angular en la construcción de una sociedad más humana. Entendido de esta manera, Pro Búsqueda también es juicio, pero un juicio que no busca primeramente el castigo del verdugo, sino ante todo la dignificación de la víctima inocente. Es el rostro del mismo Jesucristo, la víctima inocente por excelencia, que se refleja en cada niño y niña desaparecida cuyo único delito fue su inocencia.

El hecho de que sea necesaria la existencia de organizaciones como Pro Búsqueda, nos demuestra que el Estado salvadoreño aún está lejos de decir la verdad y sigue condenando silenciosamente a las víctimas inocentes. Atentados, como el recién ocurrido, contra organizaciones de los Derechos Humanos representan un asalto a la esperanza de un pueblo entero que sigue en busca de sus hijos perdidos, de paz y un mínimo de vida digna. El pasado 14 de octubre, el pueblo salvadoreño fue clavado una vez más en su cruz, amarga cruz del olvido, cruz de la violencia. Y una vez más es revalidado como víctima del pecado estructural. Sin embargo, en los últimos días se ha hecho escuchar un grito de indignación tanto entre comunidades y organizaciones nacionales, como internacionales, que claman por justicia. Es así que, como en la cruz de Cristo ya está sembrado el germen de la resurrección, en esta noche oscura del pueblo salvadoreño, la esperanza no muere y sigue luchando por la verdad que, como creemos los cristianos, finalmente liberará a la humanidad (Jn 8, 32).

[1] Ignacio Ellacuría, “Persecusión”, Escritos Teológicos/Tomo II. UCA Editores, p. 587.



Jóvenes pronunciándose por la verdad y la justicia en la Vigilia de los Mártires de la UCA el pasado 16 de noviembre