Los noticieros lo pregonan a los cuatro vientos como si fuera pan caliente: El Salvador es el país más violento del mundo. El año pasado uno de cada mil ciudadanos fue asesinado, un poco más de 6,000 en total. El país está en una encrucijada y con él, el segundo gobierno del FMNL. El presidente Salvador Sánchez Cerén parece haberse dado cuenta y anuncia cambios en su gabinete. Lo que viene por delante hará ver si el FMLN logra superar su crisis de popularidad y si es capaz de impactar de forma efectiva en la pacificación del país. De hecho, en una democracia esto último debería ser lo primordial y la escala de todas las medidas.
El nuevo Ministro de Justicia y Seguridad Pública, Mauricio Ramírez Landaverde también parece haber entendido lo crucial de este momento y anuncia sin rodeos estrategias nuevas para “enfrentar y superar” la situación de violencia que se vive en el país.
Mientras todos hablan de cambio, parece que nadie hace nada diferente. Las soluciones ‘milagrosas’ al problema de la violencia pandilleril hasta hoy han sido el manodurismo de Flores y Saca en la primera década del milenio; la “tregua” (aunque el gobierno nunca se casó del todo con la apuesta) de Funes entre 2012 y 2013; la policía comunitaria en el 2014 (cuya lanzamiento se celebró a lo grande para después ya nunca más saber nada del proyecto) y la guerra declarada a las pandillas en enero 2015, las últimas dos en la administración de Sánchez Cerén.
Hoy el nuevo ministro de Seguridad promete aumentar la efectividad y operatividad de la PNC. Aparte de que no logro encontrar la novedad en la propuesta del ministro, esta implica exprimir aún más a una institución policial que está más allá de sus capacidades y cuyas miembros están marchando en las calles exigiendo aumentos de sueldo (con todo su derecho).
Si lo miramos de cerca el único cambio de paradigma en las políticas de seguridad de los últimos años ha sido la mal llamada “tregua entre pandillas”. Lo que en los ojos del ministro fue nada más que una “salida fácil que aparentemente lleva a un alivio”, redujo la tasa de homicidios por la mitad casi de la noche a la mañana y durante poco más de un año en el país se respiraba un aire diferente. Otro indicador que muestra que la “tregua” fue algo diferente es que llamó la atención a nivel internacional y produjo titulares positivos y esperanzadores sobre El Salvador en el mundo entero.
Hoy sabemos que el mito de que durante el período de la “tregua” se asesinaba igual pero se escondían los cadáveres, no tiene fundamento empírico. Ocurrieron casos de despariciones durante los 15 meses que estuvo vigente la tregua, sí. Y cada uno era demasiado. No eran, sin embargo, ni de cerca tantos los casos como para contrapesar la reducción en la tasa de homicidios. También sabemos que no fue la “tregua” que hizo evolucionar las estructuras pandilleriles, sino que la transformación del fenómeno de pandillas callejeras en organizaciones transnacionales ha sido una constante desde los años noventa y se agudizaba en respuesta a las diversas políticas manoduristas del pasado. No nos entendamos mal. La “tregua” no fue perfecta y tampoco pudo propiciar una solución al problema de la violencia en El Salvador.
Al llamarlo “salida fácil”, sin embargo, el ministro se equivoca doblemente. Primero, la apuesta al diálogo, lo que en su esencia era la tregua, no fue ninguna salida. Fue más bien una entrada, el comienzo de un proceso de paz complejo y delicado. Ahí, por cierto, hubiera entrado la policía comunitaria con el fin de aprovechar las sinergias de una buena relación entre policía y población. También habría sido necesario aumentar la operatividad de la PNC (lo cual invoca el ministro), y del sistema judicial entero para garantizar una persecución y administración de justicia más efectivas.
Segundo, tal proceso de paz no es nada fácil. Si bien la “tregua” logró producir resultados a muy corto plazo, hacía falta mucho trabajo para construir una solución sostenible a largo plazo. Esto es algo muy difícil y en El Salvador nadie debería saber esto mejor que el FMLN que durante largos años ha dialogado con el gobierno desde su posición de ‘terroristas declarados’.
Lo fatal en El Salvador es que hasta la fecha se busca enfrentar un fenómeno delincuncial y criminal sin ver que este no es más que el resultado de un grave problema cultural y socio-económico que tiene sus raíces en las profundidades de la historia del país y muy adentro del tejido fragmentado y herido de la sociedad. El ministro puede cortarle cuantas cabezas quiera a la hídra de las pandillas capturando sus cabecillas. El resultado será que donde cae uno crecerán siete más. Siete bichos desubicados luchando entre ellos por apoderarse de su terrorio. Bichos sueltos de 15 o 17 años que cargan M-16 y controlan el mercado local de la droga y la renta. Los que pagarán con sus vidas el precio de esa guerra sin sentido no son los políticos, son las salvadoreñas y los salvadoreños de los barrios y las colonias afectadas quienes cada día temen por su vida cuando van a la escuela o al trabajo. ¿Cómo saberlo? Pues la lógica nos enseña: si la estrategia del ministro no es nueva tampoco lo serán los resultados.
La historia nos lo ha enseñado: más represión de parte del Estado germina más violencia en los actores sociales, en este caso preciso las pandillas, lo cual a su vez causa más represión. Al parecer en este momento ningun bando está dispuesto a renunciar a este juego fatal. Aquí no se trata de quien sea el más machito. Está en juego la suerte de la nación entera. En vez de rompernos los dientes con un problema que no tiene donde agarrarlo, ¿porque no partir de la esperanza? Una esperanza que originó en el 2012 cuando se vio que algo podía hacerse para realmente cambiar esta realidad de muerte que abate el país. Si tanto buscamos la paz ¿por qué no empezar con la paz?
Si en El Salvador por un momento se detuviera el fuego y se accediera a sentarse con el adversario (sin hablar ya de condiciones y negociaciones, solo a sentarse, a hablar y a escuchar) tal vez todos entendieramos un poco más. Las pandillas hicieron esa jugada en el 2012. Hoy la pelota está en la cancha del gobierno. Hoy el FMLN puede demostrar que aprendió del pasado y decidir cómo quiere ser recordado en los libros de historia. Estamos en un punto de inflexión, sí, y ojalá que el camino por delante no esté tan teñido de sangre como aquel en que veníamos.
(Publicado el 26 de enero 2016 en el Diario Digital ContraPunto)
El nuevo Ministro de Justicia y Seguridad Pública, Mauricio Ramírez Landaverde también parece haber entendido lo crucial de este momento y anuncia sin rodeos estrategias nuevas para “enfrentar y superar” la situación de violencia que se vive en el país.
Mientras todos hablan de cambio, parece que nadie hace nada diferente. Las soluciones ‘milagrosas’ al problema de la violencia pandilleril hasta hoy han sido el manodurismo de Flores y Saca en la primera década del milenio; la “tregua” (aunque el gobierno nunca se casó del todo con la apuesta) de Funes entre 2012 y 2013; la policía comunitaria en el 2014 (cuya lanzamiento se celebró a lo grande para después ya nunca más saber nada del proyecto) y la guerra declarada a las pandillas en enero 2015, las últimas dos en la administración de Sánchez Cerén.
Hoy el nuevo ministro de Seguridad promete aumentar la efectividad y operatividad de la PNC. Aparte de que no logro encontrar la novedad en la propuesta del ministro, esta implica exprimir aún más a una institución policial que está más allá de sus capacidades y cuyas miembros están marchando en las calles exigiendo aumentos de sueldo (con todo su derecho).
Si lo miramos de cerca el único cambio de paradigma en las políticas de seguridad de los últimos años ha sido la mal llamada “tregua entre pandillas”. Lo que en los ojos del ministro fue nada más que una “salida fácil que aparentemente lleva a un alivio”, redujo la tasa de homicidios por la mitad casi de la noche a la mañana y durante poco más de un año en el país se respiraba un aire diferente. Otro indicador que muestra que la “tregua” fue algo diferente es que llamó la atención a nivel internacional y produjo titulares positivos y esperanzadores sobre El Salvador en el mundo entero.
Hoy sabemos que el mito de que durante el período de la “tregua” se asesinaba igual pero se escondían los cadáveres, no tiene fundamento empírico. Ocurrieron casos de despariciones durante los 15 meses que estuvo vigente la tregua, sí. Y cada uno era demasiado. No eran, sin embargo, ni de cerca tantos los casos como para contrapesar la reducción en la tasa de homicidios. También sabemos que no fue la “tregua” que hizo evolucionar las estructuras pandilleriles, sino que la transformación del fenómeno de pandillas callejeras en organizaciones transnacionales ha sido una constante desde los años noventa y se agudizaba en respuesta a las diversas políticas manoduristas del pasado. No nos entendamos mal. La “tregua” no fue perfecta y tampoco pudo propiciar una solución al problema de la violencia en El Salvador.
Al llamarlo “salida fácil”, sin embargo, el ministro se equivoca doblemente. Primero, la apuesta al diálogo, lo que en su esencia era la tregua, no fue ninguna salida. Fue más bien una entrada, el comienzo de un proceso de paz complejo y delicado. Ahí, por cierto, hubiera entrado la policía comunitaria con el fin de aprovechar las sinergias de una buena relación entre policía y población. También habría sido necesario aumentar la operatividad de la PNC (lo cual invoca el ministro), y del sistema judicial entero para garantizar una persecución y administración de justicia más efectivas.
Segundo, tal proceso de paz no es nada fácil. Si bien la “tregua” logró producir resultados a muy corto plazo, hacía falta mucho trabajo para construir una solución sostenible a largo plazo. Esto es algo muy difícil y en El Salvador nadie debería saber esto mejor que el FMLN que durante largos años ha dialogado con el gobierno desde su posición de ‘terroristas declarados’.
Lo fatal en El Salvador es que hasta la fecha se busca enfrentar un fenómeno delincuncial y criminal sin ver que este no es más que el resultado de un grave problema cultural y socio-económico que tiene sus raíces en las profundidades de la historia del país y muy adentro del tejido fragmentado y herido de la sociedad. El ministro puede cortarle cuantas cabezas quiera a la hídra de las pandillas capturando sus cabecillas. El resultado será que donde cae uno crecerán siete más. Siete bichos desubicados luchando entre ellos por apoderarse de su terrorio. Bichos sueltos de 15 o 17 años que cargan M-16 y controlan el mercado local de la droga y la renta. Los que pagarán con sus vidas el precio de esa guerra sin sentido no son los políticos, son las salvadoreñas y los salvadoreños de los barrios y las colonias afectadas quienes cada día temen por su vida cuando van a la escuela o al trabajo. ¿Cómo saberlo? Pues la lógica nos enseña: si la estrategia del ministro no es nueva tampoco lo serán los resultados.
La historia nos lo ha enseñado: más represión de parte del Estado germina más violencia en los actores sociales, en este caso preciso las pandillas, lo cual a su vez causa más represión. Al parecer en este momento ningun bando está dispuesto a renunciar a este juego fatal. Aquí no se trata de quien sea el más machito. Está en juego la suerte de la nación entera. En vez de rompernos los dientes con un problema que no tiene donde agarrarlo, ¿porque no partir de la esperanza? Una esperanza que originó en el 2012 cuando se vio que algo podía hacerse para realmente cambiar esta realidad de muerte que abate el país. Si tanto buscamos la paz ¿por qué no empezar con la paz?
Si en El Salvador por un momento se detuviera el fuego y se accediera a sentarse con el adversario (sin hablar ya de condiciones y negociaciones, solo a sentarse, a hablar y a escuchar) tal vez todos entendieramos un poco más. Las pandillas hicieron esa jugada en el 2012. Hoy la pelota está en la cancha del gobierno. Hoy el FMLN puede demostrar que aprendió del pasado y decidir cómo quiere ser recordado en los libros de historia. Estamos en un punto de inflexión, sí, y ojalá que el camino por delante no esté tan teñido de sangre como aquel en que veníamos.
(Publicado el 26 de enero 2016 en el Diario Digital ContraPunto)