“El pasado jueves, 14 de noviembre a las 4:45 de la madrugada tres hombres armados accedieron de manera violenta a las oficinas de la organización de derechos humanos Pro-Búsqueda, amordazaron y ataron a tres personas que se encontraban dentro del edificio, sustrajeron documentos y equipos, rociaron gasolina sobre los muebles y prendieron fuego.”
Sin rodeos, en un contexto salvadoreño tendemos a relacionar una noticia de
este tipo con la represión de parte del estado contra organizaciones que
velaron por los Derechos Humanos en la época de los 70 y 80 del siglo pasado.
Es más, escribiendo desde la UCA, el escenario se asemeja demasiado al asalto y
la masacre de los seis jesuitas y las dos mujeres del 16 de noviembre de 1989,
de cuyo aniversario lo separan apenas dos días.
Sentimos un escalofrío al enterarnos de que el hecho no ocurrió durante la
guerra civil, sino el 14 de noviembre de 2013, a casi 22 años de la firma de
los acuerdos de paz. Ocurrió además, en una triste secuencia de atropellos
contra defensores de los Derechos Humanos y las víctimas del conflicto armado
considerando el cierre de la oficina de Tutela Legal y en una coyuntura social
inundada en casos de corrupción y la duplicación de los homicidios durante los
últimos meses en el país.
En los últimos días muchas instituciones se han pronunciado al respecto y
denunciado lo sucedido. Junto con muchos amigos y compañeros de diferentes
colectivos y grupos estudiantiles me uno a todas estas denuncias y quiero dar
un paso más aportando con lo que hago: teología latinoamericana.
Considerando los últimos sucesos y el panorama político y social más amplio
de El Salvador, los tiempos no han cambiado mucho con los acuerdos de paz.
Sigue habiendo fuerzas poderosas que, ante una situación de la recién declarada
inconstitucionalidad de la ‘Ley de Amnistía’, quieren impedir que salga a la
luz la verdad, que haya justicia y paz. Si damos un paso atrás y miramos la
historia humana y la tradición cristiana incluso podemos decir que los tiempos
no han cambiado desde que Yahvé le preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”
nada más para recibir la respuesta cínica de aquel: “No sé, ¿soy yo, acaso, el
guardián de mi hermano” (Gen 4, 9). El pueblo pobre y sencillo es oprimido,
desaparecido, matado y silenciado en todas las épocas. De la misma manera. los
poderosos de turno callaron y asesinaron a los profetas quienes, siendo voz del
pueblo sufriente, denunciaron los excesos de un sistema de muerte. El Antiguo
Testamento nos da ejemplos desde la historia del pueblo de Israel. En el Nuevo
Testamento es el mismísmo Verbo de Dios encarnado en Jesús de Nazaret. que es
atormentado hasta la muerte en la cruz. Pero también la reciente historia de El
Salvador nos regaló incontables mártires que dieron su vida por el pueblo, la verdad
y la justicia, entre ellos los más prominentes Monseñor Oscar Arnulfo Romero y
los seis padres jesuitas, mártires de la UCA.
Es el mismo Ellacuría quien, pocos años antes de su propio martirio, habla
de la “bienaventuranza de la persecusión”[1] aludiendo a Mt 5, 6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia”. Dejando claro que de ninguna manera había que buscar la persecusión
o el martirio, Ellacuría sin embargo, afirma que la persecusión de la Iglesia
es consecuencia necesaria de su misión profética oponiéndose al poder opresor y
optando por los más débiles. Esto lo entiende en continuación directa de Cristo
quien, según Ellacuría, “no buscó la cruz, pero se encontró con ella, porque su
misión religiosa pareció a los poderosos de su tiempo un desafío
socio-político” (ibid.)
Como nos muestra el caso del reciente asalto a la Asociación Pro-Búsqueda, no son solamente individuos, sino cualquier institución o estructura comprometida con la justicia, quienes sufren la persecución y el martirio. Sin duda alguna, Pro Búsqueda, siguiendo el espíritu de su fundador, el jesuita Jon de Cortina, puede ser considerado profecía viva del pueblo salvadoreño. Desde el año 1994 la organización, ha unido a cientas de familias y ha reencontrado a decenas de niñas y niños desaparecidos durante la guerra civil en El Salvador. Con su permanente e insistente trabajo de incidencia política, Pro Búsqueda es además una fuerte voz de la conciencia que nos recuerda en la actualidad, que sin justicia no habrá paz y como tal es piedra angular en la construcción de una sociedad más humana. Entendido de esta manera, Pro Búsqueda también es juicio, pero un juicio que no busca primeramente el castigo del verdugo, sino ante todo la dignificación de la víctima inocente. Es el rostro del mismo Jesucristo, la víctima inocente por excelencia, que se refleja en cada niño y niña desaparecida cuyo único delito fue su inocencia.
El hecho de que sea necesaria la existencia de organizaciones como Pro
Búsqueda, nos demuestra que el Estado salvadoreño aún está lejos de decir
la verdad y sigue condenando silenciosamente a las víctimas inocentes.
Atentados, como el recién ocurrido, contra organizaciones de los Derechos
Humanos representan un asalto a la esperanza de un pueblo entero que sigue en
busca de sus hijos perdidos, de paz y un mínimo de vida digna. El pasado 14 de
octubre, el pueblo salvadoreño fue clavado una vez más en su cruz, amarga cruz
del olvido, cruz de la violencia. Y una vez más es revalidado como víctima del
pecado estructural. Sin embargo, en los últimos días se ha hecho escuchar un
grito de indignación tanto entre comunidades y organizaciones nacionales, como
internacionales, que claman por justicia. Es así que, como en la cruz de Cristo
ya está sembrado el germen de la resurrección, en esta noche oscura del pueblo
salvadoreño, la esperanza no muere y sigue luchando por la verdad que, como
creemos los cristianos, finalmente liberará a la humanidad (Jn 8, 32).
[1] Ignacio Ellacuría, “Persecusión”, Escritos Teológicos/Tomo II. UCA Editores, p. 587.
Jóvenes pronunciándose por la verdad y la justicia en la Vigilia de los Mártires de la UCA el pasado 16 de noviembre |
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